viernes, 29 de enero de 2010

Capitulo 3

viernes, 29 de enero de 2010 0
Los dos serán una sola carne

Por eso, deja el hombre a su padre y a su madre, y se une a su mujer, y se hacen una sola carne.

Génesis 2.24

El matrimonio es sagrado. En el Antiguo Testamento, los profetas lo utilizan para describir la relación de Dios con su pueblo de Israel: «Y te desposaré conmigo para siempre; te desposaré conmigo en justicia, juicio, benignidad y misericordia» (Oseas 2.19). Dios revela su amor hacia todas las personas de manera especial mediante el lazo singular entre marido y mujer.

El matrimonio significa más que vivir juntos y felices

En el Nuevo Testamento, se utiliza el matrimonio como un símbolo de la unidad de Cristo con su Iglesia. En el Evangelio de San Juan, Jesús se compara a un novio, y en el Apocalipsis leemos que «han llegado las bodas del Cordero, y su esposa se ha preparado» (Apocalipsis 19.7-9).

Fue significativo que Jesús haya convertido el agua en vino durante una boda; está claro que un matrimonio fue motivo de gran gozo para Él. Sin embargo, es igualmente claro que, para Jesús, el matrimonio es verdaderamente sagrado. Lo toma tan en serio que habla con vehemencia indiscutible contra el paso más mínimo que conduzca a su destrucción. «Por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre» (S. Mateo 19.6-9).
Esta misma vehemencia de Jesús demuestra que el adulterio es algo espantoso a los ojos de Dios. Toda la Biblia protesta en contra de este engaño de la fe, desde los libros de los Profetas, donde se le llama adulterio a la adoración de ídolos de parte de los hijos de Israel (cf. Jeremías 13.25-27), hasta el Apocalipsis, donde leemos sobre la ira de Dios en contra de la ramera. Cuando se rompe el lazo del matrimonio, el amor – la unidad de espíritu y alma entre dos seres – se quebranta y se destroza, y no sólo entre el adúltero y su cónyuge, sino entre él mismo y Dios.
En nuestra cultura de hoy, la institución del matrimonio está tambaleando al borde del desastre. Mucho de lo que se llama amor es en realidad nada más que un deseo egoísta. Aun en el matrimonio, muchas parejas viven juntas de manera egoísta. Las personas se engañan al pensar que se puede encontrar una verdadera satisfacción sin sacrificio ni fidelidad, y aun si sólo viven juntos, tienen miedo de amarse incondicionalmente.

Sin embargo, entre millones de matrimonios turbulentos y arruinados, el amor de Dios permanece eterno y pide a gritos la constancia y la dedicación. Hay una voz en lo más profundo de cada uno de nosotros, aunque silenciada, que nos llama de nuevo a la fidelidad. De alguna manera, todos nosotros anhelamos estar unidos – con corazones libres y abiertos – a «alguien»; de manera íntima a algún otro ser. Y si buscamos a Dios, confiando que es posible lograr tal unión con otra persona, podemos encontrar la realización de nuestro anhelo.

La verdadera realización propia se obtiene dando amor a otra persona. Sin embargo el amor no sólo intenta dar; también anhela unir. Si yo realmente amo a otra persona, me interesará saber qué hay en ella y estaré dispuesto a desprenderme de mi egoísmo. Con amor y humildad,le ayudaré a llegar a la posibilidad de un despertar completo, primero hacia Dios, y luego hacia los demás. El amor verdadero nunca es posesivo.
Siempre lleva a la libertad de la fidelidad y a la pureza.

La fidelidad entre marido y mujer es un reflejo de la fidelidad eterna
de Dios, porque Dios es el que cimienta todos los lazos verdaderos. En
la fidelidad de Dios encontramos la fortaleza para permitir que el amor
fluya a través de nuestra vida, y dejar que nuestros dones se desenvuelvan
para el bien de los demás. Con el amor y la unidad de la Iglesia,
es posible lograr una unidad de espíritu con cada hermano y hermana,
y llegar a ser un solo corazón y una sola alma con ellos (cf. Hechos
4.32).

El amor sexual puede dar forma visible al amor de Dios

Hay una diferencia entre el amor de una pareja comprometida o casada
y el amor entre hermanos y hermanas. No hay ninguna otra situación
en que una persona dependa tanto de otra como en el matrimonio.
Hay un gozo especial en el corazón de una persona casada cuando el
ser amado está cerca; y aun cuando se separan, existe un lazo singular
entre ellos. Por medio de la relación íntima del matrimonio, sucede
algo que incluso puede apreciarse en los rostros de la pareja. Según dice
Friedrich von Gagern,«A menudo es sólo por medio de su esposa que
el esposo llega a ser un verdadero hombre; y es por medio de su esposo
que la mujer alcanza su verdadera feminidad».

En un matrimonio verdadero, cada cónyuge busca la satisfacción del
otro. Por la complementación mutua se realza la unión entre marido y
mujer. En el amor del uno hacia el otro, a través de la fidelidad del uno
con el otro, y en su fecundidad, el marido y la mujer reflejan la imagen
de Dios de manera misteriosa y maravillosa.

Dentro del lazo singular del matrimonio, descubrimos el significado
más profundo de ser una sola carne. Obviamente, ser una sola carne significa serlo física y sexualmente, pero ¡es mucho más que eso! Es un símbolo
de dos personas unidas y fusionadas en corazón, cuerpo y alma,
mediante una entrega mutua y una unión perfecta.

Cuando dos personas se vuelven una sola carne, en realidad ya no
son dos, sino una. Su unión es el fruto de algo más que el compañerismo
o la cooperación; es la intimidad más profunda. Según escribe Friedrich
Nietzsche, esta intimidad se logra mediante «la determinación de
dos personas de crear una unidad que resulte ser mayor que aquellos
que la han creado. Es una reverencia del uno para el otro y para el cumplimiento
de tal determinación».

Sólo en el contexto de esta reverencia y unidad, logra el matrimonio
satisfacer las demandas de la conciencia sexual. A través de la decisión
de tener hijos, de ser fructíferos y multiplicarse, y a través del vínculo
que refleja la unidad de Dios con su creación y su pueblo, el matrimonio
da forma visible al amor desbordante de Dios.

domingo, 17 de enero de 2010

Capitulo 2 (segunda parte)

domingo, 17 de enero de 2010 0
Cada persona puede ser un instrumento del amor de Dios

En la historia de la creación de Adán y Eva, está claro que el hombre y la mujer fueron creados para ayudarse, para apoyarse, para complementarse mutuamente. ¡Qué gozo debe haber sentido Dios cuando le trajo la mujer al hombre y el hombre a la mujer! Ya que todos fuimos creados a la imagen de Dios, a su semejanza, todos debemos encontrarnos unos a otros en un contexto de gozo y amor, seamos casados o no.

Al traerle Eva a Adán, Dios les muestra a todos los humanos su verdadero llamado –el de ser servidores que revelan su amor al mundo. Y al traernos a su Hijo, Jesús, Él nos muestra que nunca nos dejará solos ni sin ayuda. Jesús mismo dijo: «No os dejaré huérfanos; volveré a vosotros.» Él nos promete que «el que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ama, será amado por mi Padre, y yo lo amaré, y me manifestaré a él» (S. Juan 14.18-21).

¿Quién podrá entender la profundidad de esas palabras y la esperanza que traen a nuestro mundo atribulado? El que se siente más solo, más decepcionado y desilusionado, aun si no puede encontrar ninguna amistad humana, puede estar seguro que nunca estará solo. Al encontrarse desilusionado, puede sentir que Dios lo ha abandonado, pero en realidad es él quien ha abandonado a Dios.
Dios unió a Adán y a Eva para sanar su soledad y librarlos de su egoísmo. El Señor tiene el mismo plan para todos los hombres y todas las mujeres que une en el matrimonio. Sin embargo el matrimonio en sí no puede traer la sanidad. A menos que permanezcamos en Cristo, no daremos fruto. Cuando amamos a aquel que es nuestro único apoyo, nuestra esperanza y nuestra vida, podemos sentirnos seguros en el conocimiento y el amor de unos a otros. Sin embargo, si nos aislamos internamente de Cristo, nada saldrá bien. Nuestro Señor por sí sólo conserva todas las cosas intactas y nos da acceso a Dios y a los demás (cf. Colosenses 1.17-20).

Dios es la fuente y el objeto del amor verdadero

El matrimonio no es la meta más alta de la vida. La imagen de Dios se refleja de la manera más brillante cuando está el amor primero hacia Él y luego hacia nuestros hermanos y hermanas. En un verdadero matrimonio cristiano, entonces, el esposo guiará a su esposa y a sus hijos no hacia sí mismo, sino hacia Dios. De la misma manera, una esposa apoyará a su esposo como compañero, y juntos guiarán a sus hijos a honrarlos como padre y madre y a amar a Dios como su creador.

El ser un servidor de otra persona en nombre de Dios no es una simple obligación, sino un regalo. ¡Qué diferentes serían nuestras relaciones personales si volviéramos a descubrir esto! Vivimos en una época en que el temor y la desconfianza nos invaden dondequiera que vayamos. ¿En dónde está el amor, el amor que edifica la comunidad y la Iglesia?

Hay dos clases de amor. Uno se enfoca sin egoísmo hacia los demás y al bienestar de ellos. El otro es posesivo y se limita al ego. San Agustín escribió una vez: «El amor es el ‘yo’ del alma, la mano del alma. Cuando contiene una cosa, no puede contener otra cosa. Para poder recibir algo, antes hay que soltar lo que uno tenía.»5 El amor de Dios no desea nada. Se da y se sacrifica a sí mismo, porque éste es su gozo.

El amor siempre tiene sus raíces en Dios. ¡Dios permita que el poder de su amor nos cautive de nuevo! Nos conducirá a otros seres para compartir nuestra vida con ellos. Más todavía, nos llevará al reino divino. El amor es el secreto del reino venidero de Dios.

sábado, 2 de enero de 2010

Capitulo 2

sábado, 2 de enero de 2010 0
No es bueno que el hombre esté solo

Y dijo Yahveh Dios: No es bueno que el hombre esté solo; voy a hacerle
una ayuda adecuada…Entonces Jehová Dios hizo caer un profundo sueño
sobre el hombre, el cual se durmió y le quitó una de las costillas, rellenando
el vacío con carne. Y de la costilla que Yahveh Dios tomó del hombre,
formó una mujer, y la llevó ante el hombre. Entonces éste exclamó: Esta
vez sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne; ésta será llamada
mujer, porque del varón ha sido tomada.

Génesis 2.18, 21-23

Hay pocas cosas en la vida de una persona que sontan difíciles de soportar como lo es la soledad. Los presos que están en incomunicación penal han contado que han sentido gran alegría hasta al ver una araña; cuando menos es algo vivo. Dios nos creó como seres sociales.

Sin embargo es alarmante ver que nuestro mundo moderno va en contra de todo lo que es el sentido de comunidad. En muchas facetas de la vida, el progreso tecnológico ha resultado en el desmoronamiento de la comunidad. Las máquinas han logrado que las personas cada vez más parezcan innecesarias.
Mientras las personas mayores son relegadas a las comunidades de ancianos jubilados u hogares donde las cuidan otras personas, mientras los obreros de fábricas son reemplazados por computadoras, mientras hombres y mujeres jóvenes buscan año tras año un trabajo significativo, caen todos en la angustia, pierden toda esperanza. Algunos dependen de la ayuda de terapeutas y psicólogos, y otros buscan el escape mediante el alcoholismo, las drogas y el suicidio. Separados de Dios y de los demás, la vida de miles de personas se caracteriza por una desesperación silenciosa.

Dios nos creó para vivir con y para los demás
Dios ha sembrado dentro de cada uno de nosotros un anhelo instintivo de lograr una semejanza más parecida a Él, un anhelo que nos impulsa hacia el amor, la comunidad y la unidad. En su última oración, Jesús
subraya la importancia de este anhelo: «Para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste» (S. Juan 17.21).
El vivir aislado de los demás destruye esta unidad y conduce a la
desesperación. Thomas Merton escribe:

La desesperación es el colmo absoluto del amor propio. Se produce cuando un hombre deliberadamente le da la espalda a cualquier ayuda de los demás, para poder saborear el lujo podrido de saber que él mismo está perdido…
La desesperación es el desarrollo máximo de una soberbia tan grande y tan terca que escoge la miseria absoluta de la condenación en vez de aceptar la felicidad de la mano de Dios, y así reconocer que Él es mayor que nosotros y que no somos capaces de realizar nuestros destinos por nuestras propias fuerzas.
Sin embargo, un hombre que es verdaderamente humilde no se puede desesperar, porque en un hombre humilde ya no existe la autocompasión.


Vemos aquí que la soberbia es una maldición que conduce a la muerte.
La humildad, sin embargo, conduce al amor. El amor es el mayor regalo que se le ha dado a la humanidad; es nuestro llamado verdadero. Es el «sí» a la vida, el «sí» a la vida en comunidad. Sólo el amor satisface el anhelo de nuestro ser más profundo.
Nadie puede vivir de verdad sin el amor; es la voluntad de Dios que todas las personas traten con caridad a todas las demás. Todas las personas son llamadas a amar y ayudar a los que las rodean en nombre de Dios
(cf. Génesis 4.8-10).

Dios quiere que vivamos en comunidad unos con otros y que nos ayudemos mutuamente con amor. Y no cabe duda de que, cuando hacemos contacto con el corazón más profundo de nuestro hermano o hermana, le podemos ayudar, porque «nuestra» ayuda viene de Dios
mismo. Según dice San Juan: «Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, en que amamos a los hermanos. El que no ama a su hermano, permanece en la muerte» (1 Juan 3.14). Nuestras vidas se realizan sólo cuando el amor se enciende, se prueba, y llega a dar fruto.
Jesús nos dice que los dos mandamientos más importantes consisten en amar a Dios con todo nuestro corazón, alma y fuerza, y amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Y estos dos mandamientos no se pueden separar: el amor hacia Dios siempre debe significar amor hacia el prójimo. No podemos encontrar una relación con Dios si ignoramos a los demás (cf. 1 Juan 4.19-21). Nuestro camino hacia Dios debe pasar
a través de nuestros hermanos y hermanas y, en el matrimonio, a través de nuestro cónyuge.
Si estamos llenos del amor de Dios, nunca podemos sentirnos solos ni aislados por mucho tiempo; siempre encontraremos a quién amar.
Dios y nuestro prójimo siempre estarán cerca de nosotros. Todo lo que tenemos que hacer es buscarlos. Cuando sufrimos a causa de la soledad, a menudo se debe simplemente a que deseamos ser amados en vez de amar nosotros. La verdadera felicidad resulta de dar amor a otros. Necesitamos construir, una y otra vez, la comunidad de amor con nuestro prójimo, y en esta búsqueda, todos debemos convertirnos en un servidor, un hermano o una hermana. Vamos a pedirle a Dios que desahogue nuestros corazones sofocados para poder dar este amor, sabiendo que lo encontramos sólo en la humildad de la cruz.

martes, 24 de noviembre de 2009

Un llamado a la pureza

martes, 24 de noviembre de 2009 0
Del libro "Un llamado a la pureza" del pastor Johann Christoph Arnold


Capitulo 1
A imagen de Dios
Entonces dijo Dios: Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como
semejanza nuestra; y manden en los peces del mar, en las aves de los cielos,
en las bestias, en todas las alimañas terrestres y en todas las sierpes que
serpean por la tierra. Y creó Dios al ser humano a su imagen, a imagen de
Dios lo creó; macho y hembra los creó. Y los bendijo Dios, y díjoles: Sed
fecundos y multiplicaos, y henchid la tierra, y sometedla.
Génesis 1.26-28
En el primer capítulo de la historia de la creación, leemos que Dios
creó a la humanidad – tanto varón como hembra – a su propia imagen, y que Él los bendijo y les mandó que fueran fructíferos y que cuidaran la tierra. Desde un principio, Dios se muestra como el Creador que «vio todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera». Aquí, al principio de la Biblia, Dios nos revela su corazón.
Aquí descubrimos el plan de Dios para nuestras vidas.
Muchos, si no la mayoría, de los cristianos del siglo veinte desechan
la historia de la creación, considerándola un mito. Otros insisten que
sólo es válida la interpretación más estricta y más literal de Génesis.
Yo simplemente tengo reverencia por la palabra de la Biblia tal como
es. Por una parte, no consideraría desechar con argumentos ninguna
parte de las Sagradas Escrituras. Por otra parte, creo que los científicos
tienen razón al advertirnos que la Biblia no se debe tomar demasiado literalmente. Según dice San Pedro: «Para con el Señor un día es como
mil años, y mil años como un día» (2 Pedro 3.8).
La imagen de Dios nos hace seres singulares
La manera exacta en que fueron creados los seres humanos seguirá siendo
un misterio que sólo el Creador puede revelar. Sin embargo, estoy
seguro de una cosa: ninguna persona puede encontrar significado ni
propósito sin Dios. En vez de desechar la historia de la creación simplemente
porque no la entendemos, debemos encontrar su verdadero significado profundo y volver a descubrir su pertinencia para nosotros hoy.
En nuestra época degenerada, casi se ha perdido completamente la
reverencia para el plan de Dios según se describe en el libro de Génesis.
No apreciamos lo suficiente el significado de la creación: la importancia
tanto del hombre como de la mujer como criaturas formadas a la
imagen y semejanza de Dios. Esta semejanza nos distingue de manera
especial del resto de la creación y hace que toda vida humana sea sagrada
(cf. Génesis 9.6). Ver la vida desde cualquier otro punto de vista, por
ejemplo, es considerar a los demás solamente en base a su utilidad, y no
como Dios los ve; significa ignorar su valor y dignidad innata.
¿Qué significa la creación «a imagen de Dios»? Significa que debemos
ser una ilustración viviente de la persona de Dios. Significa que somos
colaboradores que comparten su obra de crear y alimentar la vida.
Significa que pertenecemos a Dios, y que nuestro ser, nuestra misma
existencia, siempre debe mantenerse relacionado con Él y estar bajo su
autoridad. En el momento en que nos separemos de Dios, perdemos de
vista nuestro propósito aquí en esta tierra.
En Génesis leemos que tenemos el espíritu viviente de Dios: «Entonces
Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su
nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente» (Génesis 2.7). Al darnos su espíritu, Dios nos convirtió en seres responsables que tienen
la libertad de pensar y actuar, y de hacerlo con amor.
Sin embargo, aun si poseemos un espíritu viviente, seguimos siendo
sólo imágenes del Creador. Y si consideramos la creación desde un punto
de vista enfocado en Dios, y no en los seres humanos, entenderemos
nuestro verdadero lugar en su orden divino de la vida. La persona que
niega que tiene su origen en Dios, que niega que Dios es una realidad
viviente en su vida, pronto se perderá en un vacío terrible. Por fin, se
encontrará atrapada en una autoidolatría que trae consigo el desprecio
propio y un desprecio hacia el valor de los demás.
Todos anhelamos lo imperecedero
¿Qué seríamos si Dios no hubiera soplado en nosotros su aliento de
vida? Toda la teoría de evolución de Darwin, fuera de contexto, es peligrosa
e inútil porque no está enfocada en Dios. Algo dentro de cada uno de nosotros se rebela contra la idea de que hemos sido producidos por un universo sin ningún propósito. Dentro de lo más profundo del espíritu humano existe la sed de conocer lo que es perdurable e imperecedero.
Ya que somos creados a la imagen de Dios, y Dios es eterno, no podemos,
al final de la vida, desvanecernos simplemente como el humo.
Nuestra vida está arraigada en la eternidad. Christoph Blumhardt2 escribe:
«Nuestras vidas llevan la marca de la eternidad, del Dios eterno que nos creó para ser su imagen. Él no quiere que nos inundemos en lo transitorio, sino que nos llama a sí mismo, a lo que es eterno».
Dios ha colocado la eternidad en nuestros corazones, y en lo más
profundo de cada uno de nosotros existe un anhelo por la eternidad. Si
negamos esto y vivimos sólo por el presente, todo lo que nos sucede en
la vida quedará cubierto de conjeturas tormentosas, y seguiremos profundamente
insatisfechos. Ninguna persona, ningún arreglo humano, jamás puede llenar el anhelo de nuestras almas.
La voz de la eternidad habla más claramente en nuestra conciencia.
Por eso la conciencia es, quizás, el elemento más profundo dentro de
nosotros. Nos advierte, despierta y dirige en la tarea que nos ha dado
Dios (cf. Romanos 2.14-16). Y cada vez que se hiere el alma, nuestra
conciencia nos acusa con vehemencia. Si le hacemos caso a nuestra
conciencia, nos puede guiar. Sin embargo, cuando estamos separados
de Dios, nuestra conciencia titubeará y se descarriará. Esto le sucede no
sólo a una persona, sino también a un matrimonio.
Desde ya en el capítulo 2 de Génesis, leemos acerca de la importancia
del matrimonio. Cuando Dios creó a Adán, dijo que todo lo que
había hecho era bueno. Luego creó a la mujer para ser una ayuda y
colaboradora del hombre, porque vio que no era bueno que el hombre
estuviera solo. Este es un misterio profundo: el hombre y la mujer – lo
masculino y lo femenino – deben estar juntos para formar un cuadro
completo de la naturaleza de Dios y ambos se pueden encontrar en Él.
Juntos llegan a ser lo que ninguno de ellos podría ser solo y separado.
Todo lo que Dios ha creado nos ayuda a entender su naturaleza:
las montañas majestuosas, los océanos inmensos, los ríos y las grandes
expansiones de agua; las tormentas, los truenos y relámpagos, los
grandes témpanos de hielo flotante, los campos, las flores, los árboles
y helechos. Hay poder, aspereza y hombría, pero también hay ternura,
calor materno y sensibilidad. Y así como las diferentes formas de vida
en la naturaleza no existen aisladas unas de otras, así también los hijos
de Dios, varón y hembra, no existen a solas. Son diferentes, mas los dos
fueron creados a la imagen de Dios y se necesitan el uno al otro para
realizar sus verdaderos destinos.
Cu ando se desfigura la imagen de Dios, las relaciones personales de la vida pierden su propósito
Es trágico que en muchos aspectos de la sociedad actual, las diferencias entre el hombre y la mujer han quedado borrosas y distorsionadas. La imagen pura y natural de Dios se está destruyendo. Se habla interminablemente de la igualdad entre el hombre y la mujer, pero en realidad, las mujeres son maltratadas y explotadas ahora más que nunca. En el cine, en la televisión, en revistas y en carteleras, la mujer ideal (y, cada vez más, el hombre ideal) se muestra como un simple objeto sexual.
Ya no son sagrados los matrimonios de nuestra sociedad. Cada vez
más se consideran como experimentos o como contratos entre dos personas
que miden todo en base a sus propios intereses. Y cuando fracasan
los matrimonios, siempre existe la alternativa de un «divorcio sin
culpa», y después se intenta otro matrimonio con una nueva pareja.
Muchas personas ya ni siquiera se molestan en hacer promesas de fidelidad;
simplemente viven juntos. Se desprecia a las mujeres que dan a
luz y se dedican a sus hijos o que siguen casadas con un solo hombre.
Y aun cuando su matrimonio es saludable, a menudo se ve a la mujer
como víctima de la opresión y se supone que necesita ser «rescatada»
del dominio de su esposo.
Tampoco se aprecia a los hijos como algo de valor. En el libro de
Génesis, Dios mandó: «Fructificad y multiplicaos.» Hoy evitamos la
«carga» de los hijos no deseados por medio del aborto legal. Los niños
son una molestia; cuesta demasiado traerlos al mundo, criarlos, y darles
una educación universitaria. Representan una carga económica para
nuestras vidas materialistas. Tampoco disponemos del tiempo necesario
para amarlos de verdad.
No nos debe sorprender, entonces, que tantas personas de nuestros
tiempos hayan perdido la esperanza. Que también hayan perdido la
ilusión de encontrar un amor perdurable. La vida ha perdido su valor;
se ha convertido en algo barato; las personas ya no la consideran como
un regalo de Dios. Sin embargo, la verdad es que, sin Dios, la vida es
como la muerte, y sólo quedan tinieblas y la herida profunda de vivir
separados de Él.
A pesar de los esfuerzos y dedicación de muchas personas, la iglesia
actual ha fracasado rotundamente en lo que se refiere a resolver este
problema. Por eso, con mayor razón cada uno de nosotros debe regresar
al principio y preguntarse de nuevo: «En primer lugar, ¿por qué creó
Dios al hombre y a la mujer?» Dios ha creado a todas las personas a su
imagen, y ha establecido una tarea específica para cada hombre, mujer
y niño en esta tierra, una tarea que Él espera que realicemos. Nadie
puede hacer caso omiso del propósito de Dios para su creación ni para
sí mismo sin sufrir un gran vacío interior (cf. Salmo 7.14- 16).
El materialismo de nuestros tiempos le ha restado a la vida su propósito
moral y espiritual. Impide que veamos el mundo con admiración
y con una sensación de maravilla; impide también que veamos nuestra
verdadera tarea. La enfermedad de espíritu y alma que ha surgido como
resultado de convertirnos en consumidores obsesionados, ha corroído
nuestra conciencia de tal manera que ya no es posible reflejar claramente
el bien y el mal. Sin embargo, todavía existe una necesidad muy
profunda en cada uno de nosotros que nos hace anhelar lo bueno.
Encontraremos la sanación sólo si creemos firmemente que Dios nos
creó y que Él es el dador de la vida, el amor, y la misericordia. Según
leemos en el tercer capítulo del Evangelio de San Juan; «Porque de tal
manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que
todo aquel que en Él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque
no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para
que el mundo sea salvo por Él».
En el hijo de Dios, en Jesús, aparece la imagen de Dios con la mayor
claridad y acabamiento (cf. Colosenses 1.15). Como la imagen perfecta
de Dios, y como el único camino al Padre, Él nos trae vida y unidad,
felicidad y realización. Sólo podemos experimentar su amor y bondad
cuando vivimos nuestra vida en Él, y sólo en Él podemos encontrar nuestro verdadero destino. Este destino es ser la imagen de Dios; es tener dominio sobre la tierra en su espíritu, que es el espíritu creativo del amor que nos imparte la vida.

martes, 29 de septiembre de 2009

Cuando de ser Elegidos se trata

martes, 29 de septiembre de 2009 0

Lectura del día: Romanos 3: 1- 31


Probablemente Grand Rapids, Michigan no sea la clase de lugar en el que se esperaría ver una exhibición de museo de categoría mundial. Pero debido a una serie de eventos mundiales trágicos y a la tenacidad de los miembros del personal del museo, el Museo Público de Grand Rapids fue elegido para ser la sede de la única exhibición norteamericana del año de los rollos del mar muerto.


Un escritor del diario The Grand Rapids Press se refirió con desdén a los rollos como los “chismes” del mar Muerto. Aparentemente, él esperaba que los rollos se vieran como, bueno…rollos y quedó decepcionado ante el tamaño de los fragmentos. Pero para mí, el tamaño no es el problema. Lo sorprendente es que haya sobrevivido cualquiera de sus partes.Y por esto le debemos gratitud al pueblo judío.


En la primera parte del primer siglo, los cristianos judíos comenzaron a sentirse molestos porque los creyentes gentiles eran tratados en igualdad de condiciones que ellos. Pablo respondió” ¿Cuál es,entonces, la ventaja del judío…?”Grande, en todo sentido.En primer lugar, porque a ellos les han sido confiados los oráculos del Dios” (Romanos 3:1-2)


Algún tiempo después de que Pablo escribiera esta carta la iglesia de Roma, las autoridades romanas en Israel saquearon Jerusalén y destruyeron el templo. Una secta judía que vivía en el desierto cerca al mar Muerto escondió sus rollos donde los romanos no pudieran encontrarlos. Hoy, los rollos que se salvaron son las copias más antiguas que se conocen de los libros del Antiguo Testamento.

Cuando pensamos en ser "elegidos", a menudo nos centramos en el privilegio y no en la responsabilidad. Pero ser elegidos conlleva ciertas expectativas.Al ser elegidos en un equipo deportivo, se espera que juguemos bien. Al ser elegidos por algún empleador, se espera que trabajemos bie. Al ser elegidos por Dios, se espera que trabajemos para Él. Dios quiere que cada uno de nosotros descubra su lugar y cumplamos con nuestro propósito.

Tenemos la Palabra de Dios hoy porque unos judíos de mucho tiempo atrás fueron fieles en su propósito, aun cuando sintieron que habían perdido su privilegio .

En resumidas cuentas: hemos sido elegidos para hacerlo que Dios elija.

viernes, 25 de septiembre de 2009

Silencio

viernes, 25 de septiembre de 2009 0
Lectura del día: Éxodo 14:10 - 14.

Su temor era mucho mayor que ellos, coimo la columna de nube a la que habíasn seguido.El pueblo de Dios lo había visto hacer cosas asombrosas en Egipto, pero ahorasu fe estaba fallando.
Su rodillas temblaban al ver a los egipcios avanzar metódicamente hacia ellos.Volviéndose a su líder, preguntaron a Moisés por qué los había guiado a un valle de muerte.
Esto no era lo que queríamos.Esto no era una vida mejor para nosotros en la Tierra Prometida.
Moisés se levantó en medio de ellos,y su rostro irradiabauna fuerza que venía sólo de Dios."No temáis; estad firmes" y "quedaron callados".Sus palabras envolvieron a la multitud que estaba silencio.
Silencio.Eso es lo que Dios pidió a los israelitas cuando se enfrentaron a un enemigo aterrador.
Silencio.Él nos dice estas mismas palabras a ti y mí cuando vemos la armadura que refulge bajo el sol.
El polvo se eleva a la distancia, los soldados cabalgan inclementes hacia nosotros blandiendo sus armas. Nos vemos tentados a volvernos a nuestro líder, a nuestros amigos, a nosotros mismos y a nuestro Dios. El temor nos domina y nuestras rodillas comienzan a temblar.Pero hay una voz queda que nos llama. En medio del caos ese suave sonidos nos calma. La fuerza de Dios se levanta en todo nuestro ser.
Silencio.Eso es lo que Él pide de nosotos. Su mano soberana cambiará la corriente.
Silencio.Recordamos lo que Él ha hecho y nos regocijamos en nuestros sufrimientos presentes por amor a Él.
Silencio.Nuestro temor se derrite a la luz de su gloria.El enemigo ya no puede derrotarnos.
Silencio.Escuchamos las palabras: "El SEÑOR peleará por vosotros mientras vosotros os quedáis callados"
En resumidas cuentas: sigue callado mientras Dios muestra que Él sigue siendo Dios.

miércoles, 23 de septiembre de 2009

Entierro en el mar

miércoles, 23 de septiembre de 2009 0
Lectura del día: Miqueas 7: 18- 20

Era un magnífico buque de guerra, impotente al deslizarse a través de la bahía. Pero en vano revisé el paquete de noticias del barco buscando el acontecimiento por el que éste fuera mejor recordarlo.
Leí informes acerca de sus actos heroicos en tiempos de guerra, de sus cruceros a los rincones más apartados del globo, incluso leí una historia en forma de anécdotas heredada de barcos desaparecidos hace mucho tiempo que llevaban el mismo nombre.
Pero en ninguna parte leí del ataque accidental de este barco a un avión civil de pasajeros.Es como si hubiesen enterrado su peor pesadilla en las profundidades del mar.
No somos diferentes en realidad. Cuando obsequiamos a nuestros amigos nuestras propias "historias marítimas", tendenmos a dejar de lado los detalles morbosos.
Eso no siempre es algo malo.Dios hace algo similar.
¡Ah!, Él no ignora el pecado en nuestra vida.¡No puede!Un Dios perfectamente santo exige una justicia perfecta.Pero se ha encargado de esto.Ha provisto una menera para hacer que dejemos atrás nuestra pesadilla.Podemos acceder a Dios gracias al sacrificio de Jesús en la cruz por los pecados del mundo.
El grupo Audio Adrenaline captó esa profunda verdad en una canción que toma prestada de los antiguos profeta. Audio A está cantando acerca de nuestra libertad de la culpa, es decir, si hemos aceptado el perdón que Dios extiende a través de su Hijo Jesús.
El profeta Miqueas escribió : <<...sepultará nuestras iniquidades y echará a lo profundo del mar todos nuestros pecados>> (7:19).
Isaías registró la decisión divina de Dios de olvidar nuestros pecado: "yo, soy yo quien borro tus rebeliones por amor a mí mismo, y no me acordaré de tus pecados" (Isaías 43:25).
tal vez haya un horroroso acontecmiento en tu pasado el cual parezca que no puedes escapar. Tal vez algún fracaso que no puedes olvidar todavía azota tu conciencia.Dios perdona; olvida, nos libera.
Para aquellos que sequimos a Jesús, los errores son algo de lo que se aprende, no en lo que se piensa demasiado.¡Alabado sea Dios por semejante perdóm tan completo y perdurable!

En resumidas cuentas: no dragues lo que Dios ha enterrado en el mar.
 
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